Se acercó por la comida sin saber que ese día conocería a su Padre Celestial.
Conocí a una joven mujer que me contó que su madre fue emboscada e inculpada en un delito que no cometió por una mala compañía. Estando embarazada de ella, tuvo que cumplir condena. Pasaron los meses llegó el momento de su nacimiento, así que nació en la cárcel, y desafortunadamente ese fue el lugar donde dio sus primeros pasos; fue el mundo que conoció.
Al salir de la cárcel, el alcohol y las drogas fueron la opción más fácil, porque nunca se pudo adaptar al ambiente de escuela como los demás. Se acercó a la iglesia, pero no por mucho tiempo, diciendo que ese no era lugar para ella.
Dorita nos cuenta que alejarse de Dios solo la condujo a hundirse más en el fango. Para ella fueron años de oscuridad, tristeza, maltrato y abuso en todas formas por personas que aprovecharon su vulnerabilidad.
Sin embargo, en medio de tan densa confusión, sentía que algo le reprochaba el estilo de vida que había elegido vivir; a pesar de su vivencia pudo haber vivido mejor.
Con voz temblorosa me dijo que se acercó por la comida que repartíamos en ese momento sin saber que ese día conocería a su Padre. El verso bíblico que compartí con los indigentes ese día fue San Juan 1: 12, Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Ella testifica:
“Esas palabras cada vez que pienso en ellas mi cuerpo se estremece, ya que yo nunca he tenido derechos, aun desde antes de nacer estos fueron robados. No nací en un hospital, no tuve nunca un hogar, el anhelo de saber quién es mi padre me acompaña hasta hoy. Mas esto me consuela en gran manera saber que tengo un Padre Celestial que más que condenarme me ama y no me rechaza. Deseo recuperar los años que perdí, quiero servirle como su hija. Cuando voy a la reunión lo que más disfruto es cantar. Ahora tengo un sueño, un día poder cantar en el grupo de alabanza.”
División Panamá